Dices que estamos proscritos,
amantes en abstinencia,
de un amor sin desinencia.
Que soñamos con el grito,
que se ahoga en nuestras manos,
de una entrega reprimida.
Que estamos en otra vida,
como quien lleva otro traje,
de un sastre malavenido,
que nos cosió este desastre
que nunca hubieras pedido.
Pero que siendo marido,
por convicciones ajenas,
¿quién imagina la pena
en la que hemos incurrido?
Pero que, en definitiva,
entre platos escurridos,
en tu casa y no en la mía,
se nos perdió la alegría
de encontrarnos aquel día
sumidos en el deseo
de las malas intenciones
y con daños a terceros.