Performance de poesía erótica que conjuga un puesta en escena de poesía y música.

viernes, 8 de enero de 2010

Romántica Roma

El Gallo avivó en mí una de mis mayores pasiones. El gallo despertó a la Loba de las siete colinas porque dice que Roma es la Loba y yo que la Loba es Roma. Y es cierto, hay algo que raya lo místico y que une a Roma con la Loba y a la Loba con el amor.

Conocí el AMOR en mayúsculas cuando conocí la ciudad más maravillosa del mundo que, además, es el reflejo mismo de esa palabra: ROMA. Me enamoré de Roma a primera vista y, después de diez años y más del doble de ciudades recorridas, aún sigo amándola.
Roma le hace honor a su nombre en todos los aspectos, es ROMAntica (Roma y antigua) y es amoR en todo cuanto respiras y observas. Mantenerse digna y monumental durante siglos sólo puede deberse a que cada uno de los artistas que contribuyeron a adornarla, a su vez, la amaron, la adoraron como la diosa que fue. Roma es como la nobleza, puede modernizarse, pero jamás olvida su cuna ni sus orígenes.
Transcurría el mes de marzo y la llegada próxima de la primavera amenazaba con lloviznas intermitentes. Aún así el sol se mostró generoso y ocupó su lugar en el cielo la mayor parte del tiempo.
Mi ansiedad por conocerla me echó a las calles muy temprano por la mañana y la navetta del hotel me dejó en plena Piazza Cavour frente a los Tribunales de Roma.
Caminé sin rumbo, guiándome un poco por mi intuición, un poco por los letreros. Veía a Roma con ojos nuevos y quería hacer lo que me exigieran el cuerpo y el alma.
Así fue como, cruzando el Tevere por el Ponte Umberto I y siguiendo recto por la Vía Giuseppe Zanardelli llegué hasta la Piazza Navona. Tras recorrerla en todo su largo, me detuve delante de la Fontana dei Quattro Fiumi y, ahí mismo, me dejé seducir por Bernini. Cuando por fin dejó de encandilarme con sus cuatro dioses titánicos, empecé a recorrer la plaza con la vista, deteniéndome en cada ventana, en cada charco formado por la lluvia, inventándome historias de estudiantes enamorados, observando a la gente disfrutar de la terraza de una de las gelaterías más famosas, sólo disfrutar, porque intuí que en esta ciudad no podía hacerse otra cosa. Y fue entonces cuando comprendí a los italianos y su pasión por poner arte en cada cosa de la vida; y en aquel lugar, de pie junto a una esfinge, pero de las que piden monedas a los turistas, me prometí que un día viviría en Italia. Y así lo hice tres años después…
Caminando por sus calles puedes sentir como la Historia va asomándose a los balcones, hasta las enredaderas tienen algo para contarte de todo lo que han visto y yo tenía la particular la sensación de haber pertenecido también a esta urbe en alguna otra vida.
Roma se alzaba orgullosa frente a mis ojos, como una fémina que sabe de su hermosura y no la esconde.
En la Piazza Della Rotonda está el Panteón, que impone pero no embriaga. Es menos soberbio en sus líneas, aunque eso no le quita su magnitud. Quizá porque su tiempo de esplendor es más remoto o tal vez por la finalidad para la que fue construido.
Tanta belleza aturde, ya lo dijo Stendhal, será por eso que, hechizada por el embrujo de tanta maravilla, me quedé casi sin aliento cuando, al girar una esquina, se descubrió glamorosa, delante de mí, la Fontana di Trevi. Impudorosa exhibía su grandeza, como desafiante y, a su vez, como una madre protectora que acogía en su regazo a centenares de hijos.
Dicen que si arrojas una moneda de espaldas a la fuente regresarás a Roma; yo creo, más bien, que las monedas son el precio a tanta exquisitez y el hecho de hacerlo de espaldas es para evitar que tanta perfección te ciegue. Y lo de regresar… bueno, es imposible no hacerlo.
La Piazza di Spagna y la Vía Condotti son el centro del refinamiento. No pude más que sentir envidia hacia esas mujeres italianas, elegantes, aún sin querer estarlo.
Uno de mis tantos vicios es, cada vez que llego a un lugar nuevo, encontrar el café más bonito para sentarme en una de sus mesas y disfrutarlo. No me importa dar mil vueltas ni tener que recorrerme toda la ciudad, jamás me siento en el primer lugar que encuentro. Se trata de una elección minuciosa que debe reunir determinadas características, a saber: elegancia, buen gusto, música agradable y tranquila a un volumen muy bajo, gente que no grite sino que converse a un nivel casi inaudible y una atención esmerada. El por qué de tanto remilgo es porque voy a tomarme ese tiempo para encontrarme conmigo misma, para sentir el lugar y ver qué es lo que provoca en mí y, también, porque así me gustan los cafés.
Lo encontré a escasos metros de la Piazza, se llama el Caffé Greco y, además, otra cosa que lo hizo para mi aún más fascinante y, por ende, elegible, es que tiene historia y la suya empieza con un inmigrante griego que inauguró el primer CAFE de Roma en el año 1760. Durante los siglos XVIII y XIX se convirtió en el favorito de los artistas extranjeros que vivían y trabajaban en La Ciudad Eterna. Sus espejos fueron testigos de tertulias con el famoso Búfalo Bill y de discusiones literarias protagonizadas por Keats o Goethe. En sus veladores de mármol, músicos como Listz, Bizet o Wagner compusieron algunas de sus más destacadas obras.
Disfrutar de un café en Greco y caminar por las calles de la ciudad son dos cosas que levantan la autoestima de cualquiera, puesto que los romanos, aún acostumbrados a vivir rodeados de tanta belleza, siguen celebrándola a cada instante.
Roma guarda secretos que son sólo suyos y que cada uno de nosotros le vamos sumando cuando la visitamos.
Es una ciudad que no sabe no despertar pasiones. Ella en sí misma se convierte en amante.
Han pasado diez años desde aquella primera vez y le debía unas palabras. Roma tú te las has ganado más que ninguna. No sabía por donde empezar pero intuía que sería soltarme y no poder parar. ¿Cómo no redundar en palabras de admiración para contigo? Tú, la más fiel de las amantes que, a través de los siglos, siempre te mantienes majestuosa y que, cada vez que te veo, me haces sentir como si fuera la primera vez, pero con la complicidad de una vieja amiga.
ROMA siempre te veré al revés porque siempre serás mi AMOR.

2 comentarios:

  1. Comparto sensaciones sobre Roma contigo Gabriela... Como dijo San Agustín: "Roma locuta est, causa finita est", es decir "Roma ha hablado, el caso está cerrado". Y punto.

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  2. Gracias Luis!!! Qué buen comentario! He dicho... Amén ;)

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